Sunday, December 26, 2010

Videla, la Ciudadanía y los Límites del Poder

-Jorge Rafael Videla-
En mayo de 1804 cuando Napoleón se autoproclama Emperador de Francia, Beethoven, que hasta entonces había sido su admirador, arranca lleno de ira la primera página de la Sinfonía Bonaparte que había compuesto en su honor, la rompe y la tira al piso diciendo: "¡Así que él no es más que un mortal común y corriente!" Más adelante el nombre de la obra sería modificado y hoy simplemente la conocemos como 'Sinfonía Heroica. Compuesta para celebrar la memoria de un gran hombre', sin alusión alguna a Napoleón. Esta anécdota debería servir para entender la naturaleza del poder y de quienes lo alcanzan, su capacidad de corromper incluso los ideales más nobles y que, por más grande que sea el líder, es a fin de cuentas un mortal común y corriente, con las mismas debilidades que nos caracterizan a todos los demás, o quizá incluso peor. La nueva condena a cadena perpetua del General y ex Presidente Argentino Jorge Rafael Videla es un recuerdo oportuno de los límites del poder y lo que debe ser nuestra actitud ante quienes lo ejercen.

Durante los años de 1976 a 1983 Argentina vivió el período conocido como Guerra Sucia durante el cual el gobierno militar se dio a la tarea de perseguir activistas de izquierda, periodistas, estudiantes, guerrillas Peronistas y Marxistas, entre muchos otros, así como a todo aquel con indicios de apoyar cualquier causa que estuviera en contra de su ideario económico y político. El saldo incluye varias decenas de miles de muertos y desaparecidos, así como un clamor permanente por parte de los familiares de las víctimas acerca de la verdad sobre lo ocurrido.

Este caso, desde luego, no es exclusivo de la Argentina de esos años; en ese entonces, el modelo de Nuevo Militarismo encarnado en la 'Operación Cóndor' fue un importante responsable del terrorismo de Estado que sufrió la región. La reaparición del Populismo Autoritario - con Menem, Fujimori, Chávez, Uribe y los Kirchner- indica que la región es aún presa fácil de modelos políticos en los cuales las libertades básicas de los ciudadanos se ven vulneradas con el argumento de un 'bien superior' y la presencia –real o infundada- de una amenaza importante. Así, comunismo, imperialismo, terrorismo, tráfico de drogas, o cualquier otra elección conveniente, parecieran justificar los abusos de poder.

El caso de Augusto Pinochet, que murió sin pagar un sólo día en cárcel por los crímenes cometidos durante la dictadura Chilena fue, sin duda, una señal desesperanzadora acerca de la posibilidad de juzgar y hacer pagar a los responsables del terrorismo de Estado en una de las épocas más aciagas de la región. Sin embargo, el caso del enjuiciamiento y condena a Alberto Fujimori, o la reciente nueva condena a Jorge Rafael Videla, son señales positivas para otras sociedades que en los últimos años hemos vivido bajo la presencia de regímenes que poco valoran los derechos humanos. No obstante, estas medidas sólo sirven como correctivo de errores pasados, y no como garante de que los abusos cometidos no vuelvan a ocurrir. Pero, más allá del carácter enceguecedor del poder, ¿qué es lo que lleva a resultados tan lamentables, que permite que veamos historias similares a lo largo de toda la región incluso en momentos tan diferentes?

Una respuesta inmediata es el apoyo de un poder extranjero cuyos intereses coinciden con los de algunas élites locales, como ciertamente ha ocurrido en múltiples casos. Sin embargo, y a pesar de la obviedad de esta explicación, hay otra que es resultado de la relación que los ciudadanos mantienen con sus gobiernos. Al analizar los casos de violaciones sistemáticas a los derechos humanos, ex presidentes que son juzgados en tribunales nacionales o internacionales, o los innumerables escándalos de este tipo que salen a la luz pública una vez estos dejan su mandato, todos –independientemente del modelo político que siguen, Nuevo Militarismo o Populismo Autoritario- comparten una característica: sus niveles de popularidad mientras ejercían el poder eran abrumadores. Es decir, el temor generalizado frente a una amenaza o el afán por alcanzar ciertos resultados económicos, parecieran hacer necesario pasar por encima de los derechos fundamentales de algunas minorías. Por su parte, la mayoría de la población -en muchos casos con información fabricada por los mismos gobiernos- celebra estas políticas e ignora el sufrimiento de aquellos a quienes se le vulneran sus derechos, mientras nuestros presidentes alcanzan un nivel de popularidad sólo comparable al de algunos cantantes, deportistas o actores de cine. Esto, desde luego, los hace sentir con el derecho de manejar las leyes a su antojo y sentirse amos y dueños de los destinos de aquellos a quienes gobiernan.

De esta forma, y dada la imposibilidad de cambiar el carácter de quienes están en el poder así como de cambiar los intereses y políticas externas de otros países, la tarea de evitar los abusos de poder queda muchas veces en manos de la ciudadanía. Es necesario que ella –desde abajo- le imponga límites claros a sus gobernantes, ejerza control político y, en últimas, defienda la democracia por encima del carisma y atractivo de sus gobernantes, por buenos que estos parezcan. La condena a Videla por los crímenes cometidos durante la dictadura militar es una prueba de que el poder tiene límites y la justicia está ahí para hacerlos respetar. Si esto es algo que los gobernantes -ciegos de poder- no están en capacidad de reconocer, es nuestra tarea como ciudadanos recordárselos permanentemente.

La labor de académicos, analistas y periodistas independientes debe apuntar en esa dirección, y es responsabilidad de la ciudadanía apoyar estas iniciativas de control político. Una alta popularidad no es excusa ni justificación para el abuso del poder, pero sí puede hacer sentir al gobernante con el derecho de hacerlo; al fin y al cabo, como diría Beethoven, ellos son mortales comunes y corrientes.

Adenda:
Aprovecho la oportunidad para reiterar mi total apoyo a Daniel Coronell en su permanente esfuerzo por sacar a la luz pública verdades incómodas y que aquellos con poco o nulo respeto por la democracia colombiana han tratado de acallar.

Sunday, December 19, 2010

Comentarios al Libro “Colonialismo y Desarrollo Post-Colonial. La América Española en Perspectiva Comparada” de James Mahoney

Un problema importante en las ciencias sociales es el de entender los mecanismos por los cuales la historia tiene incidencia en la realidad contemporánea de las sociedades estudiadas. Si bien es ampliamente reconocido que muchas de las diferencias observadas al comparar países o entidades sub-nacionales encuentran su origen en períodos remotos de su historia, no es fácil alcanzar un consenso acerca de qué parte de esta historia es la que ha generado tales diferencias, ni el proceso por el cual estas surgen. Las instituciones sociales, políticas y económicas ofrecen una clara respuesta a estas preguntas pero no siempre es evidente la forma como tales instituciones prevalecen a lo largo del tiempo o se traducen en diferentes resultados observables.

Al tratar de entender el desarrollo comparativo de las naciones, muchos autores coinciden en apuntar a las diversas experiencias en su pasado colonial. Adam Smith, por ejemplo, señalaba los diversos estilos de los países colonizadores europeos como un determinante fundamental de su política colonial; en ese sentido, las colonias británicas estarían marcadas por un espíritu mucho más liberal que sus similares portuguesas o españolas, lo que a su vez se traduciría en sistemas legales favorables al desarrollo temprano del capitalismo y, posiblemente, al desarrollo económico y social de largo plazo. En un artículo influyente de 2001 en el American Economic Review, Acemoglu, Johnson y Robinson muestran que las instituciones coloniales que garantizan la protección de los derechos de propiedad son un causante del desarrollo de largo plazo y que su establecimiento en las colonias estuvo determinado por las condiciones geográficas y climáticas de las mismas. Así, a medida que la mortalidad de los colonizadores aumentaba, estos optaban por usar su colonia como una fuente para la extracción de recursos minerales, en lugar de utilizarla permanentemente para su asentamiento con lo cual se implantarían sus instituciones y se promovería el desarrollo.

El libro "Colonialismo y Desarrollo Post-Colonial" de James Mahoney, Profesor de Ciencia Política y Sociología de la Universidad de Northwestern, es una respuesta a estas dos visiones parciales de la historia. Desde su punto de vista fijarse únicamente en la identidad del colonizador o, alternativamente, en las condiciones pre-coloniales de los territorios conquistados por los europeos, es insuficiente para entender la verdadera relación entre el pasado colonial y el desarrollo de largo plazo. El análisis se centra en el estudio de los países continentales de América que hicieron parte del Imperio Español; desarrolla una teoría que muestra cómo se relacionan las diferentes experiencias coloniales que estos países vivieron durante cerca de trescientos años con sus niveles de desarrollo económico y social de largo plazo. A modo de aplicación se analizan brevemente los casos de los imperios británico y portugués, lo cual contribuye a mostrar la validez externa de la teoría.

Vale la pena señalar que este trabajo de Mahoney, al igual que su libro anterior, "Los Legados del Liberalismo: Dependencia de la Trayectoria y Regímenes Políticos en América Central", también contribuye de forma importante a la discusión en términos metodológicos. Utilizando herramientas del Análisis Histórico Comparativo, y con un detallado conocimiento de los hechos descritos, pone en tela de juicio la viabilidad de tener una aproximación rigurosa a estos temas con herramientas estrictamente cuantitativas, como se ha venido haciendo en los últimos años. En lo que sigue presento el argumento general del texto y posteriormente comento algunas de las ventajas metodológicas ofrecidas por el mismo.

Argumento Teórico
La teoría que se desarrolla en el texto enfatiza que al estudiar el efecto del período colonial en el desarrollo de las sociedades, más que la identidad del colonizador lo que verdaderamente importa son sus instituciones político-económicas; en particular, si estas son predominantemente mercantilistas o liberales. La contraparte, en términos del elemento que aportan los territorios colonizados, es la importancia del nivel de institucionalización económica, social y política de la población indígena existente antes de la colonia; por ejemplo, el grado de división del trabajo, si previamente existía o no una organización jerarquizada, la presencia de instituciones religiosas, etc. De acuerdo al argumento del autor, el nivel de complejidad institucional pre-colonial determina el grado de participación del poder imperial, apareciendo una relación positiva entre estas dos si el poder colonial es mercantilista, y negativa si su carácter es liberal.

El poder colonizador determina clivajes étnicos al interior de las regiones colonizadas, los cuales son fundamentales para entender el desarrollo económico y social de largo plazo; la profundidad de tales clivajes está a su vez determinada por el tipo de instituciones del colonizador. Así, una mayor intervención por parte de un poder mercantilista crea élites que se perpetúan a lo largo del tiempo y que representan un obstáculo al desarrollo de largo plazo, mientras que una mayor participación de un poder liberal tiende a estar más identificado con una sociedad sin clases y es, por consiguiente, favorable para el desarrollo. Es decir, el mecanismo de transmisión de las diferencias coloniales al desarrollo de largo plazo consiste en las instituciones económicas y sociales establecidas a lo largo del período colonial. A este respecto Mahoney establece:
"Instituciones aquí se entienden como instrumentos distribucionales que asignan recursos de forma desigual y que, de esta forma, ayudan a constituir actores colectivos asimétricos. Esta orientación pone las consideraciones de poder en el centro de la discusión, enfatizando el conflicto distribucional entre actores agregados como una fuerza motor de la historia" (Mahoney, 2010, 15).

En el caso de la España colonizadora se distinguen dos períodos fundamentales marcados por la monarquía en el poder: los Habsburgo, durante los primeros doscientos años de la colonia, y los Borbón, durante el último siglo de dominio Español. La monarquía de los Habsburgo, aparte de tener una visión mercantilista del sistema económico de acuerdo a la cual se imponían restricciones drásticas al comercio, favorecía las relaciones jerárquicas al interior de la sociedad y asignaba un rol preponderante a la Iglesia Católica, con las consabidas consecuencias en términos de propiedad de la tierra y respeto por la autoridad. Por su parte, desde inicios del siglo XVIII el primer monarca Borbón, Felipe V, inicia reformas que le dan un aire más liberal al imperio a través de la liberalización del comercio, la reducción de beneficios para la Iglesia, el desplazamiento del centro económico de la colonia de Cádiz a Barcelona donde la actividad comercial era mucho mayor y otras reformas similares orientadas a impulsar la ciencia, la literatura, el arte, etc.

En el primer período de la colonia (1492-1700) las condiciones pre-coloniales determinan por qué unos territorios son importantes centros de la colonia, mientras otros se ven relegados a la periferia y otros más ocupan una posición intermedia entre los dos extremos. Es así como regiones densamente pobladas y con instituciones complejas como México, Perú y Bolivia se constituyen en centros coloniales, lo que va en contra de la teoría que explica la ubicación en estos sitios como resultado exclusivo de sus riquezas minerales. De acuerdo al modelo mercantilista dominante durante el período Habsburgo, las regiones con estas características facilitaban la explotación de la mano de obra: a las poblaciones colonizadas, al estar acostumbradas a funcionar bajo un esquema jerárquico, les era más natural someterse a la explotación bajo otro jefe, que a las poblaciones donde tales jerarquías no existían. Es así como las muertes de Moctezuma y Atahualpa degeneran de forma rápida en la caída de los imperios Azteca e Inca, respectivamente, y sus poblaciones se convierten en mano de obra para la extracción de minerales. De acuerdo a Mahoney, la complejidad institucional pre-colonial y no las riquezas minerales, es el factor determinante para la ubicación de los centros coloniales. Al final del período Habsburgo y como resultado de la actividad colonial, estos centros se caracterizan por la presencia de élites cuyo poder provenía de monopolios comerciales, en general ligados a la tenencia de tierra, la explotación mineral y el control de poblaciones que trabajan bajo su mando.

Esta situación contrasta con la de Uruguay, Argentina y Chile, predominantemente habitados por cazadores y recolectores, y sin importantes asentamientos de población. Dada su baja complejidad institucional, estos territorios no ofrecían muchas posibilidades para el rápido enriquecimiento de los conquistadores vía extracción de minerales o recaudación de impuestos, por lo cual hicieron parte de la periferia colonial. Al final del período Habsburgo no se había introducido cambios substanciales en estas tierras y, en el mejor de los casos, pasaban a ser subsidiarias de lugares más importantes para el Imperio, como es el caso de Buenos Aires respecto a Potosí. Otros lugares que se constituyeron como periferias coloniales son los que corresponden hoy a Paraguay, Venezuela, El Salvador, Honduras, Chile y Costa Rica. En cada uno de ellos la debilidad de sus instituciones, la escasez de población indígena, su dispersión o, frecuentemente, sus muertes abundantes, redujeron el incentivo de los Españoles de establecerse masivamente en ellos y, así, establecer sus instituciones mercantilistas.

En una situación intermedia –la semi-periferia- se encuentran Guatemala, cuya posición estratégica en términos de su cercanía a México le sirvió para recibir una audiencia; Colombia, gracias a sus recursos minerales y su medianamente organizada población indígena; y Ecuador cuyo fuerte sector manufacturero atrajo a los Españoles. En estos casos se evidencia la aparición de una élite comerciante, con características similares a las de los centros coloniales.

Con la llegada del siglo XVIII se inicia la segunda etapa de la colonia bajo la monarquía de los Borbón. Dada su orientación hacia la estimulación del comercio exterior, la nueva monarquía se centra en regiones que tuvieran como condiciones necesarias: a) Una población indígena dispersa y un puerto comercial estratégico o, b) Un alto nivel de colonización y una nueva riqueza mineral significativa. Es así como cambia la importancia relativa de la mayoría de los territorios coloniales de acuerdo al legado de más de doscientos años de control Habsburgo y lo que estos ahora representan frente a los intereses del nuevo control Borbón.

De esta forma, los territorios que hoy pertenecen a Argentina, Uruguay y Venezuela abandonan su condición periférica y entran a jugar un papel más importante durante esta segunda etapa de la colonia -Argentina como centro colonial, mientras Uruguay y Venezuela ahora como semi-periferias. Cabe señalar que las élites creadas durante este período no estaban directamente asociadas a la tierra y, al mismo tiempo, el poder de los terratenientes no se basaba en la coerción tal como ocurría durante el período de control Habsburgo. Otro aspecto importante para estos nuevos centros coloniales es la homogeneidad étnica que aparece al interior de la población como resultado de la importante reducción de las comunidades indígenas y el proceso de mestizaje llevado a cabo entre los diferentes grupos raciales. Esta homogeneidad genera en el imaginario colectivo la idea de unidad y vincula a los diferentes grupos en un proyecto nacional en el que las diferencias étnicas o no existen o sólo alcanzan una importancia limitada. Como muestran Alesina y Glaeser (2006) esto también favorece las actitudes hacia el estado de bienestar y, por consiguiente, el papel del estado en la economía.

En términos de la importancia colonial durante el período Borbón, aparecen en un segundo grupo México, Colombia y Perú, que no abandonan su legado mercantilista pero que continúan jugando un papel importante para el imperio (mayor en México que en los otros casos). Se consolidan sociedades estratificadas y, en el caso del Perú, divididas étnicamente. Las élites continuaban ligadas a la tenencia de la tierra, eran protegidas con la concesión de monopolios en el comercio y no se interesaban por desarrollar una industria productiva.

Los casos de Bolivia, Ecuador y Guatemala representan aquellos territorios que jugaron un papel de centro o semi-periferia durante el período Habsburgo y pierden importancia durante el período Borbón, cayendo a la periferia colonial. En Bolivia una vez cae la producción de plata en Potosí, el modelo económico se transforma en uno de subsistencia, la población se fragmenta étnicamente y se obstruyen las pocas posibilidades de desarrollo existentes; algo similar ocurre en Guatemala. Ecuador, por su parte, sufre una depresión general en su actividad económica que sólo exceptúa al surgimiento de Guayaquil gracias al desarrollo de su puerto.

El resto de la región – Chile, Paraguay, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador y Honduras-  mantiene la posición periférica que había tenido en el período anterior. Es decir, si bien estos territorios no se ven afectados por las instituciones mercantilistas que caracterizaban a los Habsburgo, tampoco se ven beneficiadas por las reformas liberales impulsadas por los Borbón. La actividad económica en estos territorios era bastante limitada luego de más de trescientos años de colonialismo español, y a pesar de algunas diferencias en términos de tamaño de la población o composición étnica, en ese momento era prácticamente imposible prever las grandes diferencias económicas y sociales que aparecieron posteriormente entre los países de este grupo. Por consiguiente, es necesario estudiar el período post-colonial para entender estas diferencias.

Una vez alcanzada la independencia, Nicaragua, El Salvador y Honduras, sumidos en sus disputas internas por el control de la República Federal de Centro América, encuentran serias dificultades para implementar reformas liberales que incentiven el crecimiento económico. Por el contrario, Costa Rica, que también es parte de esta República, gracias a estar en su periferia, no encuentra mayores obstáculos para la implementación de estas políticas, y desde el inicio de su vida independiente cuenta con un ambiente político favorable para llevar a cabo políticas orientadas al desarrollo. Al mismo tiempo, su escasa población indígena le garantizaba evitar convertirse en una economía de plantaciones extensas, como sería el caso de sus vecinos centroamericanos.

Al sur del continente las disputas internacionales también marcarían las diferencias entre aquellos países que no recibieron una importante influencia colonial durante los períodos Habsburgo y Borbón: Paraguay y Chile. En el caso del primero, su costosa guerra contra la Triple Alianza –Argentina, Brasil y Uruguay- (1864-1870), en la que su economía se vio totalmente devastada y los estimados de la pérdida de población masculina oscilan entre el 50% y el 90% del total, significaron un importante rezago frente a sus vecinos. Por su parte las dos victorias de Chile, primero frente a la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839) y más adelante en la Guerra del Pacífico (1879-1883), le dieron el impulso económico y moral que buscaba una sociedad creciente. Rápidamente llevó a cabo reformas liberales, desarrolló el puerto de Valparaiso y se convirtió en una sociedad orientada hacia el comercio. Sus logros en términos de desarrollo social, sin embargo, se vieron limitados a causa de sus estructuras sociales en cuanto a la posición favorable de los terratenientes.

Comentarios Metodológicos
El análisis de la interacción entre condiciones pre-coloniales, intensidad de la colonia durante el período Habsburgo e intensidad durante el período Borbón, le permiten a Mahoney construir una teoría sólida que relaciona el pasado colonial de los países de la América Española con sus niveles de desarrollo de largo plazo. En los casos donde el período colonial no genera una importante influencia en materia de instituciones sociales y económicas, los resultados serán contingentes a guerras y otros eventos en los años tempranos de la vida independiente de estas sociedades.

Metodológicamente el autor vuelve sobre técnicas que había trabajado de forma más detallada en sus obras anteriores. El concepto de fondo es el de Proceso Dependiente de la Trayectoria según el cual una vez un proceso histórico alcanza cierto curso, es prácticamente imposible que tome otra trayectoria y se aproxime a un estado diferente; en otras palabras, la historia importa (Arthur, 1994). Uno de los aspectos interesantes de esta aproximación es que las condiciones tempranas de los procesos estudiados marcan el desenvolvimiento que estos tendrán en el largo plazo, y tales condiciones iniciales pueden ser generadas por factores tan variados como una decisión acertada, un error de apreciación o, de forma quizá más interesante, el azar. Llama la atención, entonces, analizar esas coyunturas críticas que determinan la forma como se generan trayectorias diferentes: en el caso analizado en el libro de Mahoney, la forma como los diferentes tipos de colonización determinan trayectorias de desarrollo económico y social totalmente diferentes para cada país de la región.

Por otro lado, usar las técnicas del Análisis Histórico Comparativo ofrece notables ventajas en términos de la importancia de los detalles que diferencian a un país de otro, las diferentes coyunturas en las que, por ejemplo, ciertas políticas son importantes en una región pero no en otra, las variaciones en el tipo de instituciones establecidas en diferentes momentos y en diferentes lugares, así como la relación secuencial entre la suma de todos estos aspectos y los resultados que cada país alcanza en términos de desarrollo.

Contrasta este enfoque con el de trabajos como el de Acemoglu, Johnson y Robinson, que no permiten conocer las verdaderas instituciones coloniales que determinan el desarrollo de largo plazo, algo que, cómo mencioné al inicio, representa uno de los problemas fundamentales al tratar de entender los mecanismos por los cuales la historia incide en el desarrollo de las sociedades. Este enfoque metodológico presenta serias limitaciones; como lo menciona Mahoney, al tratar a cada país como una unidad homogénea en un análisis de regresión econométrica se pasa por encima de todos estos detalles. En este tipo de trabajos
"sus generalizaciones se esconden reportando los resultados en el formato de artículo que sólo aborda la historiografía de forma superficial. "Sus referencias a la historia son amplias y carecen de detalles acerca de los 'hechos históricos'; sus interpretaciones incluyen pocos datos históricos, análisis secuencial o estudios contextuales detallados" Como resultado "toman como dada la existencia de una realidad que, en muchos casos ha sido retada por estudios históricos." Claramente, sin embargo, para explicar resultados de desarrollo, toda teoría histórico-institucional que merezca ese nombre, debe ser compatible con los registros empíricos de países individuales, cuando se analizan con algo de detalle" (Mahoney, 2010, 19, citas de Alonso, 2007).

Claramente el trabajo de Mahoney en este texto ofrece una explicación mucho más profunda acerca de los factores históricos importantes para el desarrollo económico y social de largo plazo, así como los mecanismos por los cuales estos se transmiten.


Conclusiones
Lejos de caer en vagas generalidades sobre los hechos históricos y una repetición de la historia colonial de la América Española, este trabajo ofrece una teoría falseable acerca del papel de la colonia en el desarrollo de largo plazo. Su validez externa es puesta a prueba al analizar diferentes colonias inglesas así como diferentes regiones de Brasil bajo el dominio portugués, lo cual deja al lector con la satisfacción de no estar simplemente frente a un recuento de los hechos que sólo se ajusta a los casos estudiados a profundidad, sino frente a una teoría aplicable en diferentes contextos.

Por su detallado manejo de la historiografía, sus técnicas analíticas y su contribución al entendimiento del papel de la historia en el desarrollo de los pueblos, "Colonialismo y Desarrollo Post-Colonial. La América Española en Perspectiva Comparada" de James Mahoney, es, sin duda, una referencia obligada para los estudiosos de las ciencias sociales. Igualmente establece un estándar bastante alto en el estudio de la relación entre colonialismo y desarrollo post-colonial que supera ampliamente los estudios recientes sobre estos temas.

Nota: Como en ocasiones anteriores, en este momento preparo una reseña completa de este libro que espero publicar más adelante. El texto anterior puede tomarse como una "versión preliminar" de tal reseña.¡Ya les estaré contando!

Sunday, December 12, 2010

La Perspectiva y los “Palos de Ciego” de la Diplomacia Colombiana

La opinión sobre muchos temas políticos en buena medida depende del punto desde donde se les mire. Uno de los reconocimientos más importantes al gobierno de Juan Manuel Santos ha sido su manejo de las relaciones internacionales en tanto ha disipado la tensión con los países vecinos y ha mostrado su interés en ejercer un liderazgo a nivel regional (1, 2). Pero es precisamente en estos sonados logros donde más se debe tener en cuenta la perspectiva. No en vano en su más reciente artículo sobre Colombia la revista The Economist antes de entrar a elogiar los avances de Santos en materia de relaciones internacionales señalaba que "No había nada de diplomático en Álvaro Uribe". Los hechos de las últimas semanas sugieren que el supuesto éxito en el manejo de las relaciones internacionales del actual gobierno es más una consecuencia del punto bajo dónde las dejó el gobierno pasado que el resultado de una clara orientación de la política internacional del país. Evidencia de esto, como muestro a continuación, es la divergencia entre el discurso y las acciones que el gobierno ha llevado a cabo, así como varios errores fundamentales en materia diplomática.

Los dos primeros reveses importantes en la política internacional del gobierno de Santos son los casos de Yair Klein y de María del Pilar Hurtado, en los que en cierta medida comparte su responsabilidad con el gobierno anterior. La negativa a la solicitud de extradición de Klein por parte de Colombia muestra la ineficiencia para traer ante la justicia Colombiana a uno de los responsables por el entrenamiento de grupos paramilitares, y la consiguiente violencia de los últimos años. El pésimo manejo de este asunto por parte del gobierno anterior –en particular por el vice-presidente Francisco Santos- no exonera al gobierno actual de tomar una posición más firme al respecto que la mostrada hasta ahora. En el caso de María del Pilar Hurtado –donde la responsabilidad del antiguo mandatario fue reconocida y defendida por él mismo- la débil respuesta por parte de la canciller María Ángela Holguín envía dos malas señales: por un lado deja claro que el expresidente Uribe puede seguir entorpeciendo el manejo de la política del país y que, al mismo tiempo, el sistema judicial colombiano no está en capacidad de juzgar a sus criminales, algo que Juan Manuel Santos y algunos de sus ministros han intentado desmentir. Las fallas que estos hechos evidencian en términos del funcionamiento de la justicia colombiana y del manejo de las relaciones internacionales son pésimas señales si el objetivo de ser un líder regional es algo más que el típico discurso de un gobierno entrante. Si ni siquiera se puede hacer cumplir las leyes nacionales a causa de la obstrucción que significa el comportamiento de otros países, hablar de liderazgo regional es menos que un mal chiste.

Pero las complicaciones no terminan allí. Esta semana Colombia integró un deplorable grupo de 19 países que decidieron ausentarse de la ceremonia simbólica de entrega del Premio Nobel de la Paz al Chino Liu Xiaobo, reconocido escritor y defensor de los derechos humanos en su país. Algunos argumentan motivos comerciales tras la decisión, mientras que el gobierno prefiere guardar silencio al respecto. Dada la naturaleza del premio a Xiaobo como un reconocimiento a su "larga y no-violenta lucha por los derechos humanos fundamentales en China", es ciertamente lamentable que Colombia haya decidido unirse a un grupo que incluye a países como Arabia Saudita, Cuba, Irán, Rusia, Sudán y Venezuela, todos con magros resultados en materia de derechos humanos, en lugar de ser un abanderado de estos temas, como haría el líder en el que el país dice tratar de convertirse. Si los lazos comerciales con la potencia emergente son más importantes que la defensa de libertades básicas, es claro que aquello de "venderse por un plato de lentejas" no se ha superado. Otra mala señal en materia de liderazgo regional y asuntos diplomáticos (Ver nota al final).

Hay otros dos temas adicionales donde este supuesto liderazgo queda muy mal parado: WikiLeaks y Palestina. Si bien el gobierno no está en la obligación de estar de acuerdo con las recientes filtraciones por parte de WikiLeaks, su respuesta a las filtraciones sí deja mucho que desear. En un comunicado escueto se solidariza con el gobierno estadounidense mientras unos funcionarios pasan a hablar de los problemas internacionales que las filtraciones podrían representar, (3) mientras otros deciden guardar silencio (4). Contrasta esta posición con la del Presidente Brasilero, Luiz Inacio Lula DaSilva, quien no solo muestra su total solidaridad con Julian Assange sino que al mismo tiempo condena la falta de manifestaciones alrededor del mundo en protesta por la persecución al fundador de WikiLeaks. Señala la necesidad de una mayor transparencia en el manejo de las relaciones internacionales y critica la hipocresía de quienes juzgan a quienes divulgan los documentos en lugar de juzgar a quienes los escribieron. ¿Más pruebas de liderazgo? Algo similar ocurre respecto al anuncio que ya han hecho Argentina, Brasil y Uruguay de reconocer a Palestina como un Estado soberano a pesar de la incomodidad que estas decisiones han generado en varias partes del mundo. Colombia, nuevamente, guarda silencio frente a este tema.

Pero en lugar de tomar posiciones más firmes en todos estos asuntos que sin duda contribuirían a mejorar la imagen de Colombia en la región y ejercer un verdadero liderazgo, la diplomacia colombiana se concentra en la petición al gobierno de los Estados Unidos de inmunidad soberana para Álvaro Uribe, a fin de que este no sea juzgado por su vinculación a grupos paramilitares en asesinatos de sindicalistas en el caso de la Drummond. Pregunto, con tantos asuntos trascendentales como los mencionados antes, ¿debe ser esta la prioridad de la diplomacia colombiana?

Es claro que, más que éxitos, la diplomacia colombiana da palos de ciego. Su falta de compromiso en temas como la defensa de los derechos humanos evidencia una divergencia entre los hechos y el discurso, más cuando se escucha al Presidente Santos decir que el país se está convirtiendo en el "niño bueno" ante la comunidad internacional. De forma acertada un editorial de El Espectador esta semana señalaba la confusión –o fraude- que pueden sentir algunos de los países que dieron su voto para que Colombia ocupe una silla en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Falta mucho para que Colombia coordine su discurso con sus actos y, peor aún, para que se convierta en un verdadero líder en el subcontinente. 

Los supuestos logros alcanzados en el manejo de las relaciones internacionales son resultado de la pésima perspectiva con que nos dejó el gobierno pasado y no de una diplomacia bien encaminada, con carácter de liderazgo, relaciones cordiales con sus vecinos, y que honra y respeta los derechos humanos fundamentales. Como dicen algunos amigos arquitectos: "antes de la perspectiva la vida era una distorsión de la realidad". Es hora de que la perspectiva en el manejo de las relaciones internacionales que heredamos del pasado gobierno no nos haga ver una realidad que no está ocurriendo y que, en este y otros campos, seamos capaces de tener una visión más balanceada de la misma.

Nota: Después de terminado este artículo, Colombia, a último momento, decidió cambiar su decisión y asistió a la ceremonia del Nobel a Liu Xiaobo. Decidí dejar la versión original del artículo con el anuncio hecho hasta poco antes de la ceremonia y, en lugar de modifaicrlo, agregar esta nota aclaratoria.

Sunday, December 5, 2010

Comentarios al Libro “¡Basta de Historias!” de Andrés Oppenheimer

Lo primero que me llamó la atención al comprar en una librería colombiana el libro "¡Basta de Historias!" de Andrés Oppenheimer, fue ver la diferencia en su portada respecto a la versión que había visto antes por internet. En esta última aparecen caricaturas de seis presidentes latinoamericanos, vestidos con trajes típicos o alusivos a algún evento importante de sus países de origen, mientras que en la versión colombiana, una de las caricaturas -la de Juan Manuel Santos en uniforme militar- había desaparecido (Ver imágenes). Pensé entonces que la editorial consideraba que las ventas del libro se reducirían si a los lectores colombianos se les mostrara la imagen internacional que tiene el hoy popular líder, lo cual, a su modo de ver, justificaba las diferentes portadas. Seguido a esto me pregunté si el contenido del libro también mostraría sólo la parte conveniente de la historia y ocultaría otras "verdades incómodas", lo cual me predispuso hacia la lectura del texto. Como mostraré en lo que sigue, tras finalizar la lectura mi balance del libro es más positivo que negativo, y la elección y adaptación de portadas es, más bien, un gran desatino.

"¡Basta de Historias!" es el resultado de múltiples entrevistas del autor a personalidades en todo el mundo, las cuales giran en torno a temas directamente relacionados con la educación. Así, Oppenheimer indaga acerca de los logros alcanzados en los últimos años por diferentes países y la forma como los mismos afrontan, desde la educación, los retos de un mundo cada vez más globalizado. Siguiendo con ejemplos como los desarrollados en su libro anterior -"Cuentos Chinos"- el autor muestra algunos contrastes interesantes entre diferentes países en términos de su política educativa, estatus de la educación, y recursos para escuelas y universidades, al lado de marcados contrastes en términos de resultados en exámenes estandarizados, número de patentes, publicaciones internacionales, participación en empresas dedicadas a la ciencia y tecnología, etc. Los resultados para Latinoamérica, salvo contadas excepciones, son bastante desalentadores. Ejemplo de esto es que sólo una universidad latinoamericana -la Universidad Autónoma de México- se encuentra entre las mejores doscientas del mundo y ninguna entre las primeras cien. Más aún, la producción de conocimiento en la región no sólo es muy baja, sino que se encuentra concentrada en cuatro países: Brasil, México, Argentina y Chile. Nuestros países producen menos patentes por años que Finlandia, Corea del Sur, Israel o Singapur, y nuestros estudiantes siempre tienen un peor desempeño en exámenes de matemáticas y ciencia que sus similares de otros países.

Algunos de los casos que presenta Oppenheimer como contraste con la visión que se tiene de la educación en Latinoamérica pueden desanimar al lector y no servir como referencia para llevar a cabo las transformaciones necesarias en el modelo educativo prevaleciente. Por ejemplo, en el capítulo dedicado a Singapur, el autor muestra un sistema escolar bastante rígido y exigente, donde desde temprana edad los niños están sometidos a altos niveles de presión para tener un buen desempeño académico y en el que son duramente castigados al cometer errores. No sorprende esto en un país donde hay pocas libertades políticas, ciudadanos adultos son aún castigados con azotes y se encuentran altos niveles de corrupción y censura acompañados una de las tasas de suicidio más altas del mundo. De forma similar, en el caso de India donde la revolución educativa privilegió a las castas más altas, se promovía la educación científica para unos pocos mientras el país sufría de altos niveles de analfabetismo; esto, como era de esperarse, generó mayores desigualdades sociales, propias de una sociedad jerarquizada y que por consiguiente no es el referente que buscan sociedades con una necesidad impetuosa de reducir sus niveles de desigualdad. Otro aspecto cuestionable de la exposición es la repetida presentación de patrones culturales totalmente diferentes a los de Latinoamérica -idioma, religión, valores-  que, si bien se traducen en éxitos educativos, no sirven como guía para nuestras sociedades.

En este sentido resultan más interesantes los casos que Oppenheimer menciona acerca de los procesos que la misma Latinoamérica está actualmente llevando a cabo y que pueden servir como espejos más cercanos en los que mirarnos. Es el caso de Brasil, donde los sectores público y privado actúan de manera conjunta en la promoción de la educación, y esta se constituye como un objetivo mancomunado de toda la sociedad. Casos similares son los de Uruguay y Perú, que han tenido resultados exitosos en programas de asignación de un computador portátil con acceso a internet para cada niño, a pesar de los obstáculos que ha representado la reticencia a aprender por parte de sus profesores. Y finalmente, los casos de Chile, con una importante inversión pública en educación acompañada de la proliferación de universidades privadas en los últimos años, y de Colombia donde se ha empezado a reemplazar el modelo prevaleciente de los años setenta según el cual el mercado se encargaría de una asignación eficiente de recursos hacia la educación. De acuerdo al nuevo modelo, en las etapas iniciales de la formación de conocimiento es necesaria la intervención estatal para alcanzar cierto nivel mínimo que permita competir internacionalmente; una vez este nivel se alcanza es necesario incentivar a la empresa privada para que continúe el proceso a partir de su integración con los sectores académicos. Contrastan estos ejemplos con los casos de Argentina, donde las principales universidades se niegan a ser evaluadas nacional e internacionalmente; y México, donde un fuerte sindicato de educadores es decisivo en los resultados de elecciones presidenciales, va a huelga con frecuencia, es cómplice de compra y herencia de  puestos de maestros y se opone a cualquier tipo de modernización del sistema educativo.

En términos de la financiación de la educación, la evidencia recogida por Oppenheimer es bastante diversa. Si bien uno de sus objetivos es desvirtuar la idea de la necesidad de un sistema de educación gratuita, varios de sus casos muestran la conveniencia de un trabajo integrado de diferentes sectores de la sociedad en aras de alcanzar los resultados deseados. Ejemplos de esto son los pagos al final de la carrera -una vez el graduado consigue empleo- las becas ofrecidas por el sector privado e incluso la misma financiación por parte del Estado pero con criterios mucho más selectivos a los normalmente observados, como en el caso de Brasil. La crítica general es hacia el uso de recursos públicos para la financiación de estudiantes que no terminan sus carreras. Considera que el uso de los impuestos -incluidos los de los sectores más pobres- para la financiación de estudiantes permanentes de la clase media-alta, es una de las políticas más regresivas e ineficientes que existe y que, sin duda, debe ser corregida. Oppenheimer es también crítico de la brecha entre el número de estudiantes de carreras como filosofía y sicología, frente al mucho menor número en ingeniería y matemáticas. A su modo de ver es un error de nuestros gobiernos financiar carreras que no son acordes a las necesidades del mundo moderno.

Un aspecto importante de señalar de la visión que Oppenheimer tiene acerca de la educación es la forma como esta se percibe en diferentes sociedades. Mientras países como Singapur, China o Finlandia ven en la educación la salida a sus problemas, en Latinoamérica esta ocupa un lugar secundario en el orden de prioridades. A título personal, me atrevería a decir que uno de los causantes de esta situación es el énfasis exagerado que nuestros países ponen en el conocimiento teórico y que deja de lado el conocimiento práctico. Más aún, es normal ver teóricos que menosprecian este tipo de conocimiento, como lo menciona Oppenheimer al citar el caso de profesores universitarios en México, quienes: "ven el desarrollo comercial de nuevos productos como el equivalente a "venderse" a empresas con ánimo de lucro. Ellos dicen que están para producir ciencia básica. A ellos les interesa más un artículo que una patente,…" Sin embargo, si uno ve los artículos internacionales que publican y las citas que estos reciben, sus resultados no justifican su actitud.

Pero el problema del dilema teórico-práctico no se limita a la asociación de la academia con el sector privado sino que también se traduce en importantes problemas para el resto de la sociedad. El conocimiento aplicado -en el que ponemos tan poco énfasis- no sólo motiva al estudiante a aprender más, al ver que lo que estudia está directamente relacionado con su entorno, sino que, al traducirse en investigación de punta, ofrece respuestas a las necesidades de la sociedad, se convierte en fuente de ingresos para las universidades -por medio de la producción de patentes- y garantiza la disponibilidad de recursos para la educación de generaciones futuras. Al tener este impacto en la realidad de la sociedad, la educación alcanza un papel protagónico dentro de la misma. En Latinoamérica nos contentamos con discusiones teóricas "interesantísimas" que tienen poca o nula relevancia práctica para nuestras sociedades y que condenan la educación a un papel secundario (sobre este aspecto y su origen en el legado español pienso escribir más adelante).

"¡Basta de Historias!" termina con una serie de recomendaciones basadas en las experiencias de los países incluidos en la muestra de su autor. Quiero destacar la importancia del papel de la cultura en el modelo educativo: por ejemplo, la necesidad de integrar el sector educativo al resto del mundo; de dejarnos de "mirar el ombligo" y ponernos al tanto de la producción intelectual que se lleva a cabo en otros rincones del planeta. El aislamiento de nuestros profesores y nuestras instituciones son fallas fundamentales si se busca competitividad internacional y un diálogo continuo entre pares académicos. Es igualmente importante la "dosis de humildad" que le hace falta a Latinoamérica en términos de resultados académicos: mientras otras regiones son conscientes de sus falencias y se preocupan permanentemente por superarlas, nosotros tenemos una actitud triunfalista que impide cambiar nuestros mediocres resultados. Se le suma a esto la falta de responsabilidad social de la Universidad en Latinoamérica: contrario a lo que ocurre en otras latitudes, nuestras universidades no tienen que rendirle cuentas a la sociedad y estas se constituyen en círculos cerrados, sin conexión con el mundo exterior y en muchos casos blindadas frente al escrutinio público. Esto, combinado a innumerables tesis que sólo sirven para llenar "Egotecas", dejan a la educación en una posición lamentable y a nuestras futuras generaciones condenadas a seguir por el mismo camino. Desde luego, un problema fundamental para generar un impacto importante en materia educativa es convencer a nuestros políticos de la necesidad de invertir en educación, un rubro que genera retornos a mediano y largo plazo, y que por consiguiente no coincide con los intereses inmediatos de quienes están en el poder.

En general, "¡Basta de Historias!" es un llamado de atención acerca de la política educativa de nuestras sociedades, sus avances y mayores dificultades. Algunos ejemplos donde Oppenheimer ridiculiza a ciertos líderes de la región por la importancia dada a la historia en contraste con aquella dada al futuro - ¡e incluso el mismo nombre del libro!-, pueden desorientar un poco la lectura, por lo cual los considero totalmente innecesarios. No obstante, la comparación de las experiencias de varios países de la región, y la muestra del camino recorrido por otros países a lo largo del mundo desarrollado señalan los grandes retos en materia educativa que enfrentan nuestras sociedades y la necesidad de ubicar la agenda educativa en el punto más alto de nuestras prioridades. Como el autor lo señala, el primer paso debe ser empezar a mirar hacia adelante.