Wednesday, June 29, 2011

Actitudes Democráticas en Latinoamérica

Un tema recurrente en este blog ha sido la discusión en torno al tipo de estructuras socio-políticas en las cuales se fundamenta la democracia de los países latinoamericanos. En este respecto, una posibilidad es la de una democracia impuesta “desde arriba”, tal vez como resultado de acuerdos entre élites políticas, y que responde principalmente a líderes populares o a sus instituciones políticas formales. Otra posibilidad es aquella democracia que surge “desde abajo”, a partir del desarrollo de relaciones entre ciudadanos que llevan a cabo iniciativas de transformación de sus sociedades, al tiempo que ejercen control político sobre sus líderes e instituciones.

Desde luego, estos dos casos podrían considerarse como “tipos ideales”, mientras que en la realidad las diferentes sociedades se ubican en algún punto intermedio entre estos dos extremos. No obstante, la permanente aparición de líderes carismáticos, la maleabilidad de las normas para satisfacer sus intereses y la generalizada debilidad institucional, hacen que la realidad latinoamericana tienda a inclinarse más hacia el extremo “democracia desde arriba” que hacia aquella que involucra más directamente a la ciudadanía y que es más característica de otro tipo de sistemas políticos.

Ahora, es de esperarse que exista una relación entre el tipo de democracia de una sociedad y las actitudes de sus individuos hacia ella. Si ese es el caso -aunque no sólo en ese escenario- resulta importante conocer algunos de los aspectos que condicionan tales actitudes. En su artículo en el Journal of Politics in Latin America, Eduardo Salinas y John Booth abordan este problema, para lo cual analizan el efecto de características individuales y contextuales sobre tres variables que, argumentan, capturan la esencia de la democracia: preferencia de la democracia sobre otros sistemas de gobierno, derechos de los ciudadanos de participar en política, y derecho de participación para los críticos del sistema.

En principio, los autores encuentran una relativamente alta preferencia por la democracia sobre otras formas de gobierno, lo que indica una mejora frente a lo mostrado por otros estudios años atrás; Venezuela sobresale en este indicador mientras que Honduras se encuentra en el extremo inferior. En términos de derechos de participación, aunque la preferencia sigue siendo alta, es un poco menor que en el primer caso; allí sobresalen Argentina y Paraguay por sus altos niveles, mientras que Honduras nuevamente ocupa el puesto más bajo. Finalmente, en términos de tolerancia hacia los críticos del régimen, la aceptación general es sustancialmente menor, siendo particularmente baja en Bolivia, Guatemala, Honduras, Perú, Chile y Colombia.

Este último resultado es en sí mismo una señal de alerta acerca de la convicción y entendimiento de la ciudadanía respecto a la preferencia por la democracia: mientras una mayoría considera que la democracia es la mejor forma de gobierno, una fracción mucho menor está dispuesta a tolerar a los críticos del régimen. Es decir, una importante parte de la población tiene una actitud de “prefiero la democracia pero no el disenso” –algo muy poco democrático, desde luego.

En términos de las variables que explican cada uno de estas respuestas, los autores encuentran que un mayor nivel educativo contribuye a actitudes más democráticas, mientras que una mayor percepción de inseguridad, por el contrario, contribuye a su detrimento. Un resultado interesante es que no aparecen diferencias importantes en las actitudes hacia la democracia entre las diferentes clases sociales, mientras que un mayor nivel de confianza interpersonal juega un papel positivo. En términos de las variables sistémicas, los autores no encuentran evidencia de que las evaluaciones individuales del desempeño del gobierno o de la economía contribuyan hacia mejores actitudes democráticas, mientras que a nivel agregado un mejor desempeño económico y una mayor experiencia democrática contribuyen a la formación de actitudes democráticas.

Hacia comienzos de año Michael Shifter, del diálogo interamericano, ofrecía una visión optimista acerca de la realidad y fututo político de la región. Sin embargo, además de la amenaza para la estabilidad política latinoamericana que representan la escalada de violencia, el tráfico de drogas, y prácticas anti-democráticas por parte de varios gobernantes, las actitudes de la ciudadanía aún no son garante de que la democracia sea “el único juego posible”. Mayor estabilidad económica y mayores niveles de educación contribuyen al fortalecimiento de la democracia; no obstante, es necesario el fortalecimiento de los lazos interpersonales y la aceptación del disenso como piezas fundamentales hacia verdaderas actitudes democráticas.

En este nivel es poco lo que pueden hacer los gobernantes a nivel nacional y es, más bien, tarea de los propios ciudadanos y sus (nuestras) comunidades desarrollar la cultura democrática “desde abajo” que la región tanto necesita. La alternativa es seguir esperando a otro caudillo de los que tantos hemos visto y de quienes ya conocemos su legado.

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Referencias:

Shifter, M. (2011) A Surge to the Center. Journal of Democracy, Volume 22, Number 1, January 2011, pp. 107-121.

Salinas, E. and Booth, J. (2011) Micro-social and Contextual Sources of Democratic Attitudes in Latin America, Journal of Politics in Latin America, Vol. 3, No. 1.

Monday, June 27, 2011

El Papel de las Campañas en las Elecciones Presidenciales de México en 2006

Foto: Andrés Manuel López Obrador, Felipe Calderón.    
Fuente: MexicoDecide.com
En el número más reciente del American Journal of Political Science, Kenneth Greene investiga el efecto de las campañas políticas en términos de persuasión del electorado, centrando su análisis en el caso de la cerrada elección de 2006 que le dio la presidencia a Felipe Calderón sobre Andrés Manuel López Obrador. El argumento que motiva este estudio es que mientras en sociedades cuyas democracias están bien establecidas la decisión de buena parte del electorado es hasta cierto punto predecible, las elecciones en las "nuevas democracias" resultan ser mucho más volátiles. En estos casos, donde es normal que algunos candidatos pasen de tener algunos pocos puntos porcentuales en intención de voto a conquistar la mayoría del electorado, se abre un espacio importante para las campañas; allí, aspectos como la "identidad" –de clase, étnica, etc.-, típicamente considerados como importantes predictores del comportamiento electoral, pasan a un segundo plano detrás de los temas de la contienda.

El autor recurre a un escenario de información desequilibrada donde cada elector valora las características de los candidatos antes de hacer su elección. En esta valoración juegan un papel determinante la resistencia inercial - por ejemplo el escepticismo hacia información nueva-, así como el sesgo hacia alguno de los partidos políticos. De esta forma, si hay mayor información disponible sobre un candidato los electores tenderán a apoyarlo en la medida en que el grado de identificación partidista y la información de relevancia política antes de la campaña sean bajos. Esto, argumenta Greene, es más frecuente en las nuevas democracias a causa de los diferentes estilos de campaña de los candidatos, el grado de organización de los partidos, y los recursos con los que cuentan. Sobre este escenario teórico inicial, el autor propone dos hipótesis: 1) un efecto de persuasión grande sobre los votantes expuestos a un ambiente de información desequilibrada incluso cuando profesan unos lazos partidistas débiles o moderados, y 2) resistencia a las campañas de persuasión sólo para aquella minoría de partidarios fuertes.

El estudio presenta evidencia acerca de la volatilidad en la intención de voto en los meses anteriores a la última elección presidencial mexicana: alrededor del 37% de la población cambió su intención de voto al menos una vez entre octubre de 2005 y julio de 2006, algo que supera ampliamente lo que ocurre en democracias bien establecidas. Adicionalmente, el artículo presenta un modelo econométrico que muestra un importante efecto de las campañas en la elección de los candidatos a través de cambios en variables como la evaluación de políticos importantes y partidos políticos, así como en las posiciones del electorado frente a temas económicos. Es decir, se encuentra evidencia de que, a diferencia de lo que ocurre en democracias más desarrolladas, en este caso las campañas afectan la decisión de un amplio sector de la población.

Más aún, el autor encuentra que un 23.9% de los electores presentó algún tipo de conversión en su elección, cambiando de su candidato "natural" –el que elegiría en ausencia de campañas- hacia algún otro; tal vez lo más importante de esto es que de estos electores que experimentaron algún tipo de conversión, un 69.1% lo hicieron hacia Felipe Caderón mientras que sólo un 21.8% lo hiciera hacia López Obrador. Es decir, la "conversión" jugó un papel importante en la victoria de Calderón. Seguido a esto, el autor muestra el efecto de las campañas a través de su impacto en la evaluación de los candidatos. Encuentra que los electores presentan una baja inercia –la evaluación hecha meses antes tiene un papel limitado-, mientras el sesgo partidista y la intensidad con la que los electores se identifican con su partido, juegan un papel mucho más notorio.

Greene concluye señalando la importancia de las campañas en democracias relativamente jóvenes, y destaca el papel que estas pueden tener en un eventual proceso de rendimiento de cuentas por parte de los políticos. Igualmente, destaca la importancia de desarrollar canales de comunicación con votantes indecisos y la importancia de regular el financiamiento de campañas políticas; esto con el fin de nivelar el terreno para contendores con diferencias importantes en sus recursos y, así, evitar que las elecciones terminen girando únicamente en torno a la imagen de los candidatos y más bien se concentren en temas substanciales.

Algo preocupante frente a los resultados de este estudio es el bajo nivel de institucionalización de los partidos políticos de la región, el reducido grado de identificación partidista por parte del electorado y las borrosas líneas que separan ideológicamente a los partidos –en los pocos casos donde todavía existen. Estas condiciones crean indecisión en amplios sectores de la población y, como menciona Greene, tienden a favorecer escenarios donde la personalidad de los candidatos, más que sus propuestas de fondo, juegan un papel trascendental en la determinación de los resultados. Un claro ejemplo de esto se encuentra en las recientes elecciones presidenciales en Perú, donde a pesar de las evidentes diferencias ideológicas entre Keiko Fujimori y Ollanta Humala, la contienda se centró más en ataques personales y descalificaciones mutuas que en un amplio debate acerca de las ideas y programas de los candidatos. ¿Qué se puede esperar de escenarios donde las diferencias ideológicas entre los candidatos no son tan marcadas?

Ahora, ¿qué tipo de rendimiento de cuentas puede haber en un sistema político donde la decisión de apoyar a uno u otro candidato reside en su personalidad y no en propuestas de fondo? El escenario es bastante indeseable y difícilmente será cambiado por parte de los políticos quienes, en últimas, obtienen beneficios importantes de estos contextos de baja institucionalización política. La ciudadanía, en cambio, tiene en sus manos el derecho a decidir si toma sus decisiones basada en programas de gobierno o en temas relacionados con la personalidad de los líderes.
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Referencias

Greene, K. (2011) Campaign Persuasion and Nascent Partisanship in Mexico's New Democracy. American Journal of Political Science, Vol.55, Issue 2. pp 398-416.

Thursday, June 16, 2011

Democracia en Latinoamérica

Les comparto mi más reciente reseña en la Revista de Economía Institucional:
"Democracia en Latinoamérica: Capital Social e Instituciones Políticas"

Saludos,
Julián

Thursday, June 9, 2011

Partidos Políticos en Chile

Foto: Sebastián Piñera, Fuente: AP
El sistema de partidos chileno ha sido tradicionalmente considerado como uno de los más estables y mejor establecidos de la región. De hecho, a pesar de la interrupción de 17 años que representó el régimen de Augusto Pinochet, algunos estudios muestran cierta continuidad entre los sistemas pre y post-dictadura, argumentando que las principales líneas de división que existían entre los partidos antes de ella empezaban a reconstruirse una vez esta termina (Scully, 1995). A pesar de que esta teoría ha sido parcialmente abandonada, hasta hace poco se seguía manteniendo la idea de la estabilidad e institucionalidad del sistema de partidos. No obstante, la relativa insatisfacción de los chilenos con su sistema político, así como la medida en que los partidos se encuentran relacionados con el electorado, ha obligado a replantear esta posición.

Siavelis (2009), investiga si el relativamente bajo nivel de apoyo a la democracia en Chile y la llamada "crisis de representación" se debe a que las élites y el público tienen visiones radicalmente diferente sobre problemas fundamentales; si, en cambio, la causa de esto es que el nivel de congruencia entre las opiniones de las élites y el público no importan; o, si a pesar de un acuerdo entre estos hay otros aspectos del sistema político que conducen a la crisis. Tras mostrar un alto nivel de congruencia en las opiniones de políticos y electores en temas como el eventual apoyo a un régimen autoritario, el papel del estado en la economía y la importancia asignada a problemas específicos de políticas públicas, el autor descarta que existan visiones divergentes entre las élites políticas y el público. Así, más que una desconexión entre gobernantes y gobernados, lo que existe actualmente en Chile es una insatisfacción generalizada con las formas de participación y ejecución de las funciones representativas, así como grandes problemas de rendimiento de cuentas y legitimidad. Siavelis argumenta que el modelo chileno raya en lo que se conoce en la literatura como 'partidocracia' (Coppedge, 1994), en el sentido de tener partidos políticos que monopolizan el proceso electoral y dominan el proceso legislativo.

Los acuerdos que se llevaron a cabo entre los partidos políticos hacia el final de la dictadura establecieron mecanismos para compartir el poder; estos incluyen nombramientos ministeriales, dominación del diseño de política por parte de las ramas del ejecutivo y un limitado impacto de los votantes en los resultados de las elecciones legislativas. Esto afecta el proceso de rendimiento de cuentas al electorado y, por consiguiente, el nivel en que la ciudadanía siente que su participación realmente importa. Adicionalmente, mientras Chile es el país de la región donde las diferencias ideológicas entre los legisladores son más marcadas, cada vez un menor porcentaje de la población es capaz de ubicarse en el espectro ideológico –más aún, buena parte de quienes lo hacen optan por el centro. Finalmente, la ciudadanía se siente cada vez menos identificada con los partidos políticos, al tiempo que estos reciben bajas evaluaciones al ser comparados con otras instituciones.

En síntesis, el problema entre partidos y electores no radica en visiones diferentes acerca de temas fundamentales, sino en la forma como funciona la democracia a la hora de abordar estos problemas. En un estudio en el número más reciente del Latin American Politics and Society, Juan Pablo Luna y David Altman también cuestionan que el sistema de partidos chileno sea altamente institucionalizado y dan fuerza a la idea de una desconexión de estos frente a la sociedad civil. El criterio usual para argumentar tal nivel de institucionalización es la baja volatilidad electoral del sistema de partidos; no obstante, los autores argumentan que esta medida presenta serios problemas al ser aplicada al caso chileno una vez se desagrega de coaliciones a partidos, o por sub-unidades geográficas. Igualmente, muestran una marcada reducción en una de las líneas de división más importantes entre los partidos (democrático-autoritario), acompañada de una baja identificación de la ciudadanía con los partidos, tal como lo muestra Siavelis (2009).

La principal consecuencia de esta crisis de partidos -contraria a lo que se percibe en la superficie-, es la mayor relevancia de los estilos de liderazgo personalistas, acompañada del debilitamiento de instituciones democráticas importantes. Resultado de esto es la emergencia de candidatos anti-sistema o independientes, como fue el caso de Marco Enríquez-Ominami en las elecciones presidenciales pasadas.

A nivel metodológico, estos estudios muestran la necesidad de pasar de comparaciones macro a un nivel micro a la hora de calificar sistemas políticos. Como mencioné antes, al hacer comparaciones con indicadores como la volatilidad electoral, el sistema chileno parece ser altamente institucionalizado; una foto muy distinta aparece al analizar las posiciones individuales de los electores en múltiples temas.

En términos prácticos, estos estudios muestran que Chile no escapa al proceso de debilitamiento de los partidos políticos de la región, según el cual estos enfrentan cada vez mayores retos en atraer votantes y mantener un marco ideológico bien definido. Los partidos políticos juegan un papel trascendental en términos de reducir costos de información acerca de las opciones del electorado, canalizar y expresar los intereses de la ciudadanía y contribuir a darle forma a la estructura social, económica y cultural de una comunidad. Es difícil pensar en una verdadera democracia sin partidos, más aún, cuando muchas veces la única alternativa es la aparición de líderes carismáticos que movilizan al electorado tras un proyecto netamente personalista; de esto hemos visto innumerables casos a lo largo de la región. La pregunta que queda abierta es si ese es el tipo de democracia que queremos en nuestros países –si es que eso es posible.


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Referencias:

Copepdge (1994) Strong Parties and Lame Ducks : Presidential Partyarchy and Factionalism in Venezuela Stanford: Stanford University Press.
 
Luna, J. P. and Altman, D. (2011) Uprooted but Stable: Chilean Parties and the Concept of Party System Institutionalization. Latin American Politics and Society, Vol. 53, Issue 2, 1-29.

Scully, T. R. (1995) Reconstituting Party Politics in Chile. In: Scott Mainwarig and Timothy R. Scully (Eds.) Building Democratic Institutions. Party Systems in Latin America, pp. 100-137.

Siavelis, P. (2009) Elite-Mass Congruence, Partidocracia and the Quality of Chilean Democracy. Journal of Politics in Latin America, Vol. 1, No. 3, 3-31.