Un tema recurrente en este blog ha sido la discusión en torno al tipo de estructuras socio-políticas en las cuales se fundamenta la democracia de los países latinoamericanos. En este respecto, una posibilidad es la de una democracia impuesta “desde arriba”, tal vez como resultado de acuerdos entre élites políticas, y que responde principalmente a líderes populares o a sus instituciones políticas formales. Otra posibilidad es aquella democracia que surge “desde abajo”, a partir del desarrollo de relaciones entre ciudadanos que llevan a cabo iniciativas de transformación de sus sociedades, al tiempo que ejercen control político sobre sus líderes e instituciones.
Desde luego, estos dos casos podrían considerarse como “tipos ideales”, mientras que en la realidad las diferentes sociedades se ubican en algún punto intermedio entre estos dos extremos. No obstante, la permanente aparición de líderes carismáticos, la maleabilidad de las normas para satisfacer sus intereses y la generalizada debilidad institucional, hacen que la realidad latinoamericana tienda a inclinarse más hacia el extremo “democracia desde arriba” que hacia aquella que involucra más directamente a la ciudadanía y que es más característica de otro tipo de sistemas políticos.
Ahora, es de esperarse que exista una relación entre el tipo de democracia de una sociedad y las actitudes de sus individuos hacia ella. Si ese es el caso -aunque no sólo en ese escenario- resulta importante conocer algunos de los aspectos que condicionan tales actitudes. En su artículo en el Journal of Politics in Latin America, Eduardo Salinas y John Booth abordan este problema, para lo cual analizan el efecto de características individuales y contextuales sobre tres variables que, argumentan, capturan la esencia de la democracia: preferencia de la democracia sobre otros sistemas de gobierno, derechos de los ciudadanos de participar en política, y derecho de participación para los críticos del sistema.
En principio, los autores encuentran una relativamente alta preferencia por la democracia sobre otras formas de gobierno, lo que indica una mejora frente a lo mostrado por otros estudios años atrás; Venezuela sobresale en este indicador mientras que Honduras se encuentra en el extremo inferior. En términos de derechos de participación, aunque la preferencia sigue siendo alta, es un poco menor que en el primer caso; allí sobresalen Argentina y Paraguay por sus altos niveles, mientras que Honduras nuevamente ocupa el puesto más bajo. Finalmente, en términos de tolerancia hacia los críticos del régimen, la aceptación general es sustancialmente menor, siendo particularmente baja en Bolivia, Guatemala, Honduras, Perú, Chile y Colombia.
Este último resultado es en sí mismo una señal de alerta acerca de la convicción y entendimiento de la ciudadanía respecto a la preferencia por la democracia: mientras una mayoría considera que la democracia es la mejor forma de gobierno, una fracción mucho menor está dispuesta a tolerar a los críticos del régimen. Es decir, una importante parte de la población tiene una actitud de “prefiero la democracia pero no el disenso” –algo muy poco democrático, desde luego.
En términos de las variables que explican cada uno de estas respuestas, los autores encuentran que un mayor nivel educativo contribuye a actitudes más democráticas, mientras que una mayor percepción de inseguridad, por el contrario, contribuye a su detrimento. Un resultado interesante es que no aparecen diferencias importantes en las actitudes hacia la democracia entre las diferentes clases sociales, mientras que un mayor nivel de confianza interpersonal juega un papel positivo. En términos de las variables sistémicas, los autores no encuentran evidencia de que las evaluaciones individuales del desempeño del gobierno o de la economía contribuyan hacia mejores actitudes democráticas, mientras que a nivel agregado un mejor desempeño económico y una mayor experiencia democrática contribuyen a la formación de actitudes democráticas.
Hacia comienzos de año Michael Shifter, del diálogo interamericano, ofrecía una visión optimista acerca de la realidad y fututo político de la región. Sin embargo, además de la amenaza para la estabilidad política latinoamericana que representan la escalada de violencia, el tráfico de drogas, y prácticas anti-democráticas por parte de varios gobernantes, las actitudes de la ciudadanía aún no son garante de que la democracia sea “el único juego posible”. Mayor estabilidad económica y mayores niveles de educación contribuyen al fortalecimiento de la democracia; no obstante, es necesario el fortalecimiento de los lazos interpersonales y la aceptación del disenso como piezas fundamentales hacia verdaderas actitudes democráticas.
En este nivel es poco lo que pueden hacer los gobernantes a nivel nacional y es, más bien, tarea de los propios ciudadanos y sus (nuestras) comunidades desarrollar la cultura democrática “desde abajo” que la región tanto necesita. La alternativa es seguir esperando a otro caudillo de los que tantos hemos visto y de quienes ya conocemos su legado.
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Desde luego, estos dos casos podrían considerarse como “tipos ideales”, mientras que en la realidad las diferentes sociedades se ubican en algún punto intermedio entre estos dos extremos. No obstante, la permanente aparición de líderes carismáticos, la maleabilidad de las normas para satisfacer sus intereses y la generalizada debilidad institucional, hacen que la realidad latinoamericana tienda a inclinarse más hacia el extremo “democracia desde arriba” que hacia aquella que involucra más directamente a la ciudadanía y que es más característica de otro tipo de sistemas políticos.
Ahora, es de esperarse que exista una relación entre el tipo de democracia de una sociedad y las actitudes de sus individuos hacia ella. Si ese es el caso -aunque no sólo en ese escenario- resulta importante conocer algunos de los aspectos que condicionan tales actitudes. En su artículo en el Journal of Politics in Latin America, Eduardo Salinas y John Booth abordan este problema, para lo cual analizan el efecto de características individuales y contextuales sobre tres variables que, argumentan, capturan la esencia de la democracia: preferencia de la democracia sobre otros sistemas de gobierno, derechos de los ciudadanos de participar en política, y derecho de participación para los críticos del sistema.
En principio, los autores encuentran una relativamente alta preferencia por la democracia sobre otras formas de gobierno, lo que indica una mejora frente a lo mostrado por otros estudios años atrás; Venezuela sobresale en este indicador mientras que Honduras se encuentra en el extremo inferior. En términos de derechos de participación, aunque la preferencia sigue siendo alta, es un poco menor que en el primer caso; allí sobresalen Argentina y Paraguay por sus altos niveles, mientras que Honduras nuevamente ocupa el puesto más bajo. Finalmente, en términos de tolerancia hacia los críticos del régimen, la aceptación general es sustancialmente menor, siendo particularmente baja en Bolivia, Guatemala, Honduras, Perú, Chile y Colombia.
Este último resultado es en sí mismo una señal de alerta acerca de la convicción y entendimiento de la ciudadanía respecto a la preferencia por la democracia: mientras una mayoría considera que la democracia es la mejor forma de gobierno, una fracción mucho menor está dispuesta a tolerar a los críticos del régimen. Es decir, una importante parte de la población tiene una actitud de “prefiero la democracia pero no el disenso” –algo muy poco democrático, desde luego.
En términos de las variables que explican cada uno de estas respuestas, los autores encuentran que un mayor nivel educativo contribuye a actitudes más democráticas, mientras que una mayor percepción de inseguridad, por el contrario, contribuye a su detrimento. Un resultado interesante es que no aparecen diferencias importantes en las actitudes hacia la democracia entre las diferentes clases sociales, mientras que un mayor nivel de confianza interpersonal juega un papel positivo. En términos de las variables sistémicas, los autores no encuentran evidencia de que las evaluaciones individuales del desempeño del gobierno o de la economía contribuyan hacia mejores actitudes democráticas, mientras que a nivel agregado un mejor desempeño económico y una mayor experiencia democrática contribuyen a la formación de actitudes democráticas.
Hacia comienzos de año Michael Shifter, del diálogo interamericano, ofrecía una visión optimista acerca de la realidad y fututo político de la región. Sin embargo, además de la amenaza para la estabilidad política latinoamericana que representan la escalada de violencia, el tráfico de drogas, y prácticas anti-democráticas por parte de varios gobernantes, las actitudes de la ciudadanía aún no son garante de que la democracia sea “el único juego posible”. Mayor estabilidad económica y mayores niveles de educación contribuyen al fortalecimiento de la democracia; no obstante, es necesario el fortalecimiento de los lazos interpersonales y la aceptación del disenso como piezas fundamentales hacia verdaderas actitudes democráticas.
En este nivel es poco lo que pueden hacer los gobernantes a nivel nacional y es, más bien, tarea de los propios ciudadanos y sus (nuestras) comunidades desarrollar la cultura democrática “desde abajo” que la región tanto necesita. La alternativa es seguir esperando a otro caudillo de los que tantos hemos visto y de quienes ya conocemos su legado.
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Referencias:
Shifter, M. (2011) A Surge to the Center. Journal of Democracy, Volume 22, Number 1, January 2011, pp. 107-121.
Salinas, E. and Booth, J. (2011) Micro-social and Contextual Sources of Democratic Attitudes in Latin America, Journal of Politics in Latin America, Vol. 3, No. 1.