Saturday, February 26, 2011

Personalidades e Ideologías

A poco más de ocho meses antes de las elecciones regionales del próximo 30 de octubre, es poco lo que los Colombianos conocemos acerca de los programas que estarán en la contienda en los diferentes municipios y departamentos. Y hablo específicamente de programas, en lugar de candidatos, ya que son estos últimos quienes han dominado la escena pública.

Este fenómeno no es nuevo en un país que tradicionalmente se ha visto atraído por líderes populares que movilizan al electorado con gran facilidad y donde aspectos como su personalidad y su carisma resultan ser más importantes que las ideas y programas que defienden. Sin embargo, durante los últimos años se ha dado una tendencia hacia la reducción del debate ideológico, que pareciera dar la sensación de un acuerdo generalizado frente a las necesidades del país y la forma como suplirlas. Prueba de esto es la pasada disputa por la Presidencia donde al menos cuatro de los seis candidatos que lideraban las encuestas no competían por sus programas de gobierno sino por mostrar quién era el más indicado para preservar el legado uribista.

Pero, ¿existe realmente un acuerdo frente a las necesidades del país y los métodos para abordarlas - como sugiere la falta de compromiso de muchos candidatos- o se trata, más bien, de una estrategia de acomodamiento electoral? Siguiendo con el ejemplo de la Presidencia de la República y el progresivo desmonte del uribismo por parte del gobierno de Juan Manuel Santos, se evidencia que la ausencia de debate es, básicamente, una estrategia electoral: los candidatos dicen lo que la gente espera escuchar o, al menos, evaden temas que podrían comprometerlos seriamente frente a algunos sectores del electorado. Una vez en el poder llevan a cabo la agenda que más les interesa, como se ha podido constatar recientemente, no pocas veces ante la mutua sorpresa de sus electores y contradictores.

Esta estrategia, aunque pueda surtir efectos positivos para algunos candidatos, es bastante nociva para el desarrollo de una democracia sana. Si quienes deben liderar el debate público evaden su responsabilidad a cambio de dividendos políticos, las contiendas electorales son poco más que concursos de belleza donde los electores terminan votando por una imagen o un estilo y no por ideas claras acerca del futuro de la sociedad. Peor aún, una consecuencia de la vaguedad del discurso político es la total incertidumbre respecto a lo que hará un candidato en caso de que alcance el poder.

Dada la comodidad que representa para los candidatos a alcaldías, gobernaciones y demás cargos públicos, esconderse en un ambiente político de baja polarización, es responsabilidad de los ciudadanos ser exigentes con ellos. Así la ciudadanía debe demandar respuestas a preguntas como ¿Cuál es el programa de gobierno?; ¿Cuáles son los proyectos de infraestructura que tendrán prioridad?; ¿Qué tipo de gasto social planea fomentar?; ¿En qué sectores se invertirá?, o ¿Cómo se financiarán esos gastos e inversiones? Un político que no responda a estas y otras preguntas básicas, evade su responsabilidad y, por consiguiente, no merece ningún tipo de apoyo electoral.

Una democracia funciona mejor cuando las responsabilidades políticas no son deber y derecho exclusivo de sus líderes sino que también recaen sobre ciudadanos comunes y corrientes. En un contexto de candidatos y partidos que más que atraer a sus electores por medio de programas de gobierno, son maquinarias diseñadas para ganar elecciones, temas como la rendición de cuentas y el control político quedan completamente desvirtuados. Así, exigir claridad en los programas de gobierno es un requisito fundamental para la claridad en el debate político y es, a la vez, un punto de partida sobre el cual evaluar el desempeño de gobernantes y partidos. Reemplazar el discurso y la ideología por simples características personales es dejar al azar las decisiones futuras de la sociedad. Poco ayudan quienes fomentan este tipo de política.

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Enlace a mi columna en Zero Horas:

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