Thursday, August 19, 2010

Contra el Optimismo de Unidad Nacional

¿Medio lleno o medio vacío?
Al parecer no se equivocaba William Ospina en su columna del pasado 8 de Agosto, tras la posesión de Juan Manuel Santos, al titularla "¿La Hora del Olvido?" Sí, al parecer no se equivocaba porque precisamente una fiebre de olvido acompañada de altas dosis de optimismo parece ser hoy la combinación favorita para muchos colombianos. Y es que tan mal acostumbrados quedamos de la forma de hacer política tras los últimos ocho años, que los actos que ha llevado a cabo el nuevo Presidente -nombramiento de un gabinete de alto perfil, inicio de restablecimiento de relaciones con Venezuela, acercamiento a las Cortes, diálogo con la oposición, etc.- y que serían condiciones básicas en cualquier democracia, han puesto a soñar a muchos y han generado un inusitado optimismo.

No es que el optimismo generado por el discurso Unidad Nacional sea un problema en sí mismo, aunque esto podría discutirse. Lo que es verdaderamente preocupante es que, como en tantas otras ocasiones, pensemos que en la historia es posible hacer "borrón y cuenta nueva"; que olvidemos que las sociedades siguen trayectorias de largo plazo de las que es muy difícil escapar, así como que incluso los más remotos acontecimientos pasados tienen influencia sobre los resultados que se puedan alcanzar hoy. Sin ir al extremo de buscar explicaciones deterministas en cada fenómeno que observamos, basta ver el legado que los períodos de la conquista o de las guerras de independencia dejaron en el imaginario colectivo y en la forma de organizar las sociedades latinoamericanas, para entender que no es fácil quitarse de encima el peso de la historia. Ahora, si incluso algunos eventos remotos condicionan el presente de la sociedad, ¿qué podremos decir de aquellos más cercanos en el tiempo? Es simplemente imposible escapar de las prácticas que nos han acompañado en los últimos años y reinventar el país en un par de semanas.

No obstante, y al parecer yendo en contra de estas leyes de la historia, el discurso de la Unidad Nacional y las primeras señales de este gobierno parecieran estar generando en muchos una sensación de re-comenzar, de "nuevo amanecer", la idea de que la historia no importa. Es lamentable ver cómo en un abrir y cerrar de ojos los protagonistas de los más oscuros hechos del gobierno pasado hoy son la materialización del optimismo colectivo; es también lamentable que hayan bastado algunas decisiones acertadas en dos semanas de gobierno para contrarrestar los escándalos que tanto conocemos. Se nos olvidaron ya las avionetas fumigadoras, las tierras escogidas para los más ricos, el colapsado sistema de salud, los jóvenes de Soacha, el espionaje del DAS, la estigmatización y persecución de la oposición, y la incómoda posición de Colombia en la región, entre tantos otros.

Las decisiones del gobierno entrante parecieran ser entendidas como una clara ruptura con el pasado, y probablemente sí representen una ruptura, pero de una forma bastante diferente a como han sido recibidas. Para Juan Manuel Santos -que seguramente entiende el significado de la historia mejor que muchos de sus seguidores- su verdadera historia es la de una de las familias más influyentes del país, dueña de medios de comunicación, y con una tradición importante al interior del gobierno. Sin duda los últimos años al lado de Uribe también son importantes para él, pero su peso es reducido al compararse con todo el bagage  que acompaña al apellido Santos. La importancia relativa de la historia reciente frente a la de varias generaciones en la vida del país, se traducen en el estilo e intereses de la política que se llevarán a cabo en este gobierno, y es así como deben ser tomados. Es decir, las decisiones de Santos deben entenderse como un reconocimiento de su fidelidad a su propia historia, y al mismo tiempo como su interés en quitarse de la sombra de Uribe, más que como un intento de cambiar el rumbo histórico del país.

Después de los horrores del gobierno pasado, el cambio en las formas que ofrece el nuevo gobierno es bienvenido, desde luego. Lo que no es aceptable es el rápido olvido que parece tomarse el ambiente, acompañado de la creación de falsas expectativas basada en decisiones de dos semanas. Menos aceptable aún cuando es poco lo que se anuncia en temas que aquejan a amplios sectores de la población como la equidad social o el respeto por los derechos humanos.

Se ha condenado al pesimismo como una de las peores prácticas para "alcanzar el éxito" y la salud física y mental, opinión ampliamente rebatida por algunos filósofos y otros escritores escépticos frente a las bondades del optimismo. Sin embargo, más que una buena actitud frente a los hechos recientes sería recomendable ubicar la coyuntura política y económica en el contexto histórico adecuado y que sea precisamente la historia la que nos indique la actitud a tomar frente a las noticias del día.

De poco ha servido el entusiasmo pasajero que nos ha embriagado tras los cambios de gobierno; recordemos el optimismo y los vientos de cambio que se sentían los primeros meses tras la posesión de Uribe (¡que a algunos les duraron ocho años!). ¿De qué sirvió todo este optimismo y el "cheque en blanco" girado al gobierno? Una actitud crítica, independiente y que responda menos a las pasiones del momento seguramente le sirve más al país que un desenfrenado optimismo de dos semanas. Y sí,... ¡ser pesimista puede ser una mejor opción!

pd. En medio del desenfreno optimista, aparte del artículo de Ospina que menciono al inicio, fue también refrescante encontrar este de Rodolfo Arango.
¡Medio vacío!

3 comments:

  1. La euforia con la que este nuevo gobierno es percibido demuestra una ves más que Colombia es un país de recuerdos cortos, memoria perdida y euforia desbordante...
    Tal vez el día en que como país recordemos y afrontemos nuestra historia podamos construir nuestro propio futuro.

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  2. Rafael Andrés Barrera G.August 23, 2010 at 7:50 PM

    Cesó la Uribe noche, pero el amanecer es incierto, así haya chispas de optimismo. En medio de la oscuridad muchas cosas suceden, y no porque no las veamos dejan de existir. Algunas no se pueden ver en las ciudades ni en las pobres transmisiones de televisión pues ocurrían y ocurren en el campo y en los sectores marginados de las ciudades, y eso no da “rating”, no vende y no aumentaba la popularidad del huésped de la Casa de Nariño.

    Se comienzan a sentir y ver de una manera más directa y cercana las consecuencias de lo que ha venido sucediendo en estos últimos años. La mendicidad, el desplazamiento, la inseguridad y el desempleo se impregnan con más fuerza al desalentador panorama de nuestro país y la sensación de impotencia crece con el pasar de los días.

    No creo que “hayamos quedado mal acostumbrados de la forma de hacer política”. La mala política nos acostumbró a ignorar más los problemas y a sentir impotencia porque quienes estaban y están en el poder para solucionarlos les encuentran explicaciones “obvias” pero no hacen nada por corregirlos y por corregirse. Quedamos hastiados de la mala política que se hizo evidente al final de los ocho años, de la falta de un estadista, hastiados de escuchar lo mismo y ver que nada se hacía gracias a que se considera que el único problema que hay es “el terrorismo”.

    Necesitamos urgente un oculista, no un ocultista. Además, los problemas de nuestro país no sólo tienen que ver con la ética sino con la estética. La corrupción, la pobreza, el desempleo, el desplazamiento, el hambre, etc., son resultado de la falta de ambas por parte de nuestros mal llamados dirigentes y de nosotros mismos como ciudadanos.

    Por otro lado, claro que la historia importa, coincidimos en esto también. ¿Pero la conocemos para que nos importe? ¿De cuál historia hablamos? Santos si sabe la historia que le antecede y de la cual forma parte. Su estilo de gobierno además de alejarse y diferenciarse del anterior intentará consolidar y resaltar lo que su propia historia le hace llevar a cuestas.

    Realmente la labor de quienes están en estos cargos es hacer precisamente eso que prometen y que no deberían prometer pues es lo que su cargo les exige, es lo que se espera que hagan, no es un favor, es su obligación. Pero como estamos acostumbrados a que todo son favores, a que todo sea regalado, en general su trabajo se ve como un gran servicio que se hace de manera desinteresada gracias al altruismo de estos inmaculados seres. Ese es su trabajo y por eso les pagamos, no es gratis lo que hacen.

    Los cambios son buenos y refrescantes, pero hay que mantener en mente lo pasado para no perder de vista el panorama general, y poder considerar un futuro. La historia no se borra y no comienza con cada cambio de gobierno, se vive y se escribe todos los días. El optimismo en nuestro caso se puede confundir con una fe ciega en el discurso, creemos lo que escuchamos (y dependiendo de quién lo diga creemos más), pues resulta más cómodo, aunque totalmente indolente y cobarde, ignorar la realidad que afrontarla.

    Realmente estamos mal con ese cuento de que Colombia es pasión, que falta de sesos. Como dijo un colega: en lugar de Colombia es pasión debería ser Colombia es razón. Pero bueno, ya vendrá el reinado de Cartagena y será un motivo más para olvidar la realidad y volver al circo.

    Pdta. Ahora, toca ver lo que hacen quienes se autodenominan de la oposición. ¿Será que tanto ruido y gritos indica que están ayudando a construir? Amanecerá y veremos.

    Rafael Andrés

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  3. Cristian y Rafael, coincidimos en la necesidad de reconocer nuestra historia para poder empezar a mirar hacia adelante. De nada sirve llenarnos de ilusiones y tratar de ignorar todos los problemas que tenemos; tarde o temprano estos aparecerán para pasarnos la cuenta de cobro.

    De nuevo gracias por leer y comentar,

    Julián

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