Thursday, October 14, 2010

Nicaragua: Ortega Contra la Democracia

Hace tres semanas, en mi comentario al libro de Leslie E. Anderson, hacía referencia a algunos aspectos que la autora considera importantes acerca del Sandinismo. Destaca, en particular, la ausencia de líderes carismáticos dentro del movimiento, así como la forma en que este promovía la construcción de capital social entre la población: desarrollo de lazos fuertes entre ciudadanos en lugar de responder a los vaivenes de los intereses de un caudillo. Sin duda alguna esta situación ha dejado de ser así en el país centroamericano desde hace varios años. La creciente presencia de Daniel Ortega en la política nicaragüense, su claro interés de perpetuarse en el poder, los decretos que ha emitido y otras decisiones unilaterales a fin de lograr esto, dan prueba de ello.

El pasado mes de enero, el gobierno nicaragüense decretó la prórroga del mandato de funcionarios del Consejo Supremo Electoral y la Corte Suprema de Justicia, lo que le permitirá al ejecutivo controlar las entidades que fiscalizarán las elecciones de noviembre de 2011. Ante esta decisión, que en condiciones normales debía haber pasado por la Asamblea Nacional, seis magistrados cercanos a la oposición entraron en huelga hace dos meses. Esta semana, cinco de los seis magistrados en huelga se reintegraron a la Corte Suprema de Justicia lo que supone un triunfo para el presidente Daniel Ortega, quien con estos hechos supera uno de los mayores obstáculos que tenía para perpetuarse en el poder. Complica las cosas la exclusión de la agenda legislativa del proyecto de nulidad del decreto en cuestión (el "decretazo"), así como la negativa del presidente de dialogar con sectores de oposición acerca de la transparencia electoral, lo que ha provocado la convocatoria a marchas de protesta a nivel nacional.

En términos generales, se ha insistido en que la democracia funciona mejor cuando surge de los mismos ciudadanos, cuando estos desarrollan actividades que los "acostumbran" a los mecanismos democráticos y cuando son estos quienes deciden organizarse políticamente. Sin embargo, existe la posibilidad de que ante la ausencia de este tipo de capital social, las instituciones políticas asuman el rol democratizador de la sociedad. Un ejemplo de esto es el papel de las cortes y el Congreso argentino en el retorno a la democracia de este país en 1983, o la decisión de la Corte Constitucional de Colombia de bloquear el intento de reelección de Alvaro Uribe, ante el intento de este de perpetuarse en el poder. Así, la independencia de las cortes y de la rama legislativa son garantes de que las prácticas democráticas no queden totalmente eliminadas tras la aparición de caudillos que buscan manipular las leyes a su antojo. Si bien Nicaragua se caracteriza por tener altos niveles de capital social, las transformaciones políticas que el país ha vivido en los últimos años hacen pensar en la necesidad de ramas del poder fuertes e independientes del ejecutivo, que garanticen la continuidad en su proceso de democratización. Desafortunadamente, Nicaragua también se ha caracterizado históricamente por la debilidad de sus instituciones políticas.

Lo dramático de la situación que estamos viendo hoy en el país centroamericano es la combinación del fortalecimiento de un líder carismático, acompañada de un importante debilitamiento de al menos una de las ramas del poder. Volviendo sobre la reciente experiencia de hace un par de semanas en Ecuador, no es nada promisorio el futuro de una democracia donde sus líderes son los primeros en tener poco respeto por ella y por sus reglas. Con este comportamiento, implícitamente invitan a la ciudadanía y a sectores inconformes a hacer lo mismo. Como ya sabemos, los resultados de este tipo de prácticas son siempre lamentables. La decisión de los magistrados nicaragüenses de volver a sus puestos, y de la oposición de excluir el proyecto de ley de nulidad del "decretazo" fortalece a Ortega notablemente, al tiempo que significa un duro golpe contra la democracia nicaragüense. Queda por ver si la sociedad nicaragüense responde una vez más en defensa de la democracia, tal como lo ha sabido hacer en ocasiones anteriores.

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